¿Era hora de publicarlo? Ah si.
Si queres leer lo que escribí necesariamente se debe leer esto: http://www.literatura.org/Cortazar/Continuidad.html (Continuidad de los parques - Julio Cortazar)
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Estaba seguro que hoy era el día. Si, era hoy. Estaba predestinado a que sucediera.
Tal vez el clima, la hojas caídas de los árboles, la anciana señora releyendo por tercera vez el libro Rayuela a unos cuantos asientos hacia mi derecha, o el simple sonido del árbol golpeando contra la ventana que da a un parque escondido de donde yo me encontraba...

Había muchos indicios por los cuales podía guiarme para saber que hoy era el día donde todo iba a comenzar.

Leía, con el cansancio de un jueves por la tarde, luego de una semana tan agotador como la anterior y la anterior, Final del juego de Cortázar, ha pedido de mi profesor de literatura aquella semana.

No odiaba los libros (no que yo recuerde en este momento), pero había algo que sí odiaba realmente: era ese minucioso pero imborrable recuerdo de vacío existencial cuando una novela o un cuento llegaba a su fin (Por eso tal vez no opté por seguir o terminar de leer Final del juego).

Coincidí con que debía empezar por el principio. Había leído rayuela por delante y por detrás varias veces y sabía que era innecesario darle un orden jerárquico a los cuentos de Cortázar.
No me disgustaba para nada leerlo. Es más, en ese momento, creí y soñé en llevar una vida tal como la de Cortázar pero, luego de mucho años, me di cuenta que la vocación de escritor no era mi camino sino otro.

Estaba inconsciente de lo que pronto sucedería en mi vida. Sabía que nadie sería capaz de creerme así que es escogí llevarme  a la tumba todas estas palabras.

Ni bien leí el comienzo sentí como mi cuerpo temblaba y de a poco la piel parecía no sentir el trazo del papel entre mis manos. La señora parecía no prestarle atención a mi estado casi aterrador y seguía acomodándose en su incomoda silla de biblioteca pública.
A veces creo que ella nunca fue real.

Y no recuerdo mucho más después de eso. Era imposible saber donde me encontraba y ni siquiera podía saber lo que estaba pasando en mí alrededor.

El viento y el frío era más crudo que en la realidad que hacía pocos minutos había abandonado.
Vi por la ventana y parecían ser más de las cinco de la tarde. Era extraño. Las cosas parecían haberse parado allí.
Tal vez fue esa sensación por que solo estaba acostumbrado a esa vida desfachatada de autos y semáforos impacientes, de vida apresurada o castigo innecesarios por parte de mis padres.

Había un  sillón de terciopelo verde que me llamaba constantemente a que tome lugar en él y espere… sí espere...
Decidí hacerle caso por alguna razón (¿Quién tan demente como yo haría eso en vez de ir e investigar donde estaba en es momento?) a pesar de no entender mis acciones, pero de alguna manera, algo me decía qué era lo que debía hacer.

La cabeza me dolía y a veces oía el ruido de una mecedora en el parque desde lejos o algunos perros que, a juzgar por sus ladridos, parecían bastante enormes.

Poco me llamaba la atención y a veces olvidaba la razón por la cual me encontraba tomando un libro y leyendo sus páginas. Alguna persona, quienquiera que habitara ese lugar desconocido con rústicas paredes y grandes muebles de madera, leía una novela que hacía poco mi padre me había recomendado.
Era posible que mi padre se llame Julio  pero es imposible recordarlo hoy en día.

Si mi memoria no falla, recuerdo escuchar el ruido de la puerta, y para mi pesar o mi felicidad, me encontraba solo y, por algo en especial, no me molestaba encontrarme con una imagen totalmente distinta a mi realidad diaria y rutinaria.

Recuerdo estar vestido con ropa antigua y seguir leyendo paginas  de un libro que jamás en mi vida había leído. Lo único que le agradecí a mi padre, después de años, fue haberme resumido aquella novela policial.  
Todavía no recuerdo habérselo agradecido.

Había perdido todo y ni siquiera me preocupaba el sentido que conllevaba este viaje absurdo sobre un cuento que realmente no tenía tanta importancia ni correlación en mi vida.
Quise pensar… y pensé, pensé… pero las cosas no eran fáciles de conectar ni de explicar.

El sillón verde aterciopelado, una novela sobre un crimen perfecto, una mecedora ruidosa y unos perros desaforados en busca de alimento, un frío invernal, mi ropa que desapareció y ahora me encontraba con ropa de unas tres décadas más vieja que yo.

Nunca vi mi rostro de esa fantástica historia que había hurtado para mi mismo pero supuse que, por la vejez de mis manos, las cosas habían cambiado totalmente.
Me preguntaba si realmente sucedería lo que mi mente pensaba en aquel momento.
Porque sí. Lo recordé.

Era imposible no darme cuenta: ese sillón, esa novela, esa casa, ese parque… Y entonces me pregunté por que razón me estaba sucediendo todo esto y si alguien extrañaría esta parte de mí que estaba por perder y que nunca más iba a estar conmigo.

Recuerdo preocuparme mucho por el que dirán o la causa por la cual estaba metido en algo que jamás se había escrito para mí ni sobre mí.

Estaba anocheciendo y sentí temor por alguna razón. Prendí la luz de noche que se encontraba en la misma mesa donde descansaba plácidamente el whisky importado por la mitad, regalo de mi tía para navidad, y un cenicero que por su aspecto me recordaba a aquella confitería que acostumbraba visitar en París.
Y lo único que pensé en ese momento fue “Era un hombre rico y distinguido”.

Y en algunos casos podía ver la escena en tercera persona. Era extraño… me hacía recordar a aquel sueño donde uno a veces se transforma en el protagonista, en el antagonista o hasta el relator omnisciente de aquella pequeña ilusión.

Y entonces me vi. Vi como sucedía todo… las cosas eran diferente ahora. Yo sentía el dolor de aquel ser extraño pero a la vez tan parecido a mí… vi la similitud entre los personajes casi salidos de la novela que, hacía poco minuto, (yo o él) había dejado apoyado del lado derecho del brazo de nuestro sillón preferido, y yo.

Nuestros perros nunca ladraron, el mayordomo que trabajó mas de diez años en esa casa no se encontraba y, yo, leyendo las últimas hojas de la novela dándole la espalda ala puerta de entrada al cuarto.

Todo estaba minuciosamente preparado y yo sabía que era imposible no darse cuenta.
Hasta el día de hoy trato de volver a cambiar la historia pero es imposible. Nunca nada estuvo tan predestinado como aquel día para que todo vuelva a suceder.

Y quiero terminar mi anécdota porque quiero explicarles el sufrimiento que causó saber que para unos pocos era el comienzo y, para mí y él, era nuestro final.

No había nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón y entonces el puñal en mi mano. 
Y por último  la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela y mi puñal atravesando mi joven pero vieja piel.