Lo tomé prestado hasta que pueda viajar a Bali. La religion Indu es muy sabia y transmite cosas que ninguna otra podria hacer. Espero tomar coraje, seguir leyendo y poder conseguir lo que tanto anhelo: Paz interior, Amor al mundo y dar luz a todos los que me rodean.


La religión rige cada acto de la vida balinesa. En cierta ocasión, mientras me bañaba en las aguas cristalinas de la playa de Sanur, me sorprendió una orquesta de gamelanes que se acercó en procesión hasta la orilla del mar. Era una familia que venía a despedir las cenizas de un familiar, esparciéndolas en el océano. Todos parecían disfrutar del evento con felicidad. El hijo mayor de la familia —que hablaba italiano—, me explicó que la concepción trágica de la muerte no existe para ellos. Por eso el fin de la vida no les preocupa, ya que creen que el tiempo es circular y las almas se reencarnan infinitamente en nuevos cuerpos. Los recién nacidos suelen ser llevados ante un adivino, quien les indica a los familiares cuál antepasado ha reencarnado en él.

El otro eje del hinduismo balinés es la creencia en el principio complementario entre el bien y el mal. La lucha entre ambas fuerzas es infinita y no es por cierto deseable acabar con el mal, pues su presencia es necesaria para que exista el bien. Si un nativo sufre de mala suerte, es sometido a ceremonias de purificación. Y quien tenga una racha larga de buena suerte deberá practicar ritos que invoquen el retorno de las fuerzas de la oscuridad: sin balance reinará el caos.


Mi último día en Bali coincidió con la noche anterior al "nyepi" (el año nuevo, que coincide con el calendario occidental). Para la ocasión tiene lugar en las calles de Bali un exorcismo general. Centenares de niños desfilan en medio de un gran alboroto, portando monstruosas máscaras de criaturas mitológicas, antorchas y gongs. Pero al día siguiente el ruido cesa y todos los habitantes guardan un silencio unánime por 24 horas. La gente no habla ni sale de sus casas, donde se mantienen sin comer ni beber y con los televisores apagados, sumidos en profundas meditaciones. La isla debe parecer desierta con la finalidad de embaucar a los oscuros dioses del mal, y lograr de esta forma que se retiren hacia otros mundos. Y efectivamente, en esta exótica y remota isla del Océano Indico —al menos en el momento en que yo viajé—, pareciera que el lado oscuro de la vida no tiene cabida, ni para los nativos ni para los viajeros, quienes se van con la extraña sensación de haber respirado unas bocanadas fugaces de la fragancia del paraíso.